“La fortuna llega en algunos barcos que no son guiados”

William Shakespeare

Se habla del karma como si éste fuese un inquisidor de la iglesia, que va por el mundo encontrando a pecadores ocultos y haciéndoles sentir su rigor. Nada más lejos de la realidad. Al menos para los que creen en la armonía universal.

El karma no es un castigo ni una condena, no es el verdugo que tiene tu nombre en su lista de herejes, tampoco un fetiche en el catálogo de los tormentos, o la broma perversa del diablo que juega a los naipes con almas humanas.

Karma significa acción. Es la ley universal de causa y efecto que tanto asusta a la moral por la implicatura en los actos humanos. Según la filosofía hindú, son las acciones en general, que van ligadas al alma mientras ésta transmigra, es decir, mientras cambia de cuerpo en cada reencarnación. Bajo el principio de acción-reacción, todo acto, conducta o comportamiento, produce efectos, diversos, claro, que después los espectadores y/o experimentantes catalogan en buenos o malos según su criterio.

Quizá todo lo que haces y dejas de hacer realmente tiene importancia, y sea la cotidianeidad la que provoca que lo olvides. Si las acciones pasadas son las que moldean el futuro, entonces cada ser humano vive en el mundo que él mismo construye. Porque nadie escapa de esta ley, tampoco se compra o se intercambia, sólo te regresa multiplicada la energía de tus propios actos.