| MUCHOS han sido los cuestionamientos sobre lo que motiva a una persona a quitarse la vida, lo que lo lleva a ¿darse por vencido?, ¿a liberarse?, ¿a castigar a los que se quedan?, ¿a liberar a sus seres queridos de qué?
 Podríamos seguir haciendo una lista enorme de todas y cada una de las preguntas que pueden surgir ante el suicidio. Pero hoy quiero hablar de esa otra parte, la de la historia que se parte en dos, en tres, en mil pedazos: los deudos, los que cargarán con las consecuencias en vida de una decisión ajena y que lo hacen porque un día eligieron amar a esa persona, quien por cualquiera que sea el motivo, en algún momento decidió y sí, se fue de aquí… se suicidó.
El suicidio básicamente es el acto por el que un individuo, deliberadamente, se provoca la muerte. Se estima que las dos terceras partes de quienes se quitan la vida sufren depresión, y que los parientes de éstos tienen un riesgo más elevado (hasta cinco veces más) de tener tendencia hacia este acto. Muchas religiones monoteístas lo consideran un pecado. Por otra parte, algunas culturas, especialmente las orientales, lo ven como una forma honorable de escapar de algunas situaciones humillantes o dolorosas en extremo.
 Para considerarse suicidio, la muerte debe ser un elemento carnal y el motivo del acto, y no sólo una consecuencia casi ineludible. Así los mártires no son considerados suicidas, dado que se sacrifican en nombre de una creencia. Tampoco son suicidas los que se sacrifican por otros, en caso de emergencias, ni los soldados que mueren en una guerra y, en estas situaciones, los muertos no son proscritos por la ley.
Pero, ¿y qué pasa con los deudos?, ¿qué viene después de algo así? Las cifras indican una tendencia a repetir el patrón. ¿Cómo tratarlo con las generaciones futuras, con los hijos, con los amigos? ¿Cómo lo autotrata el cónyuge, el hijo, el amigo, el patrón, el socio, el vecino? Yo recomiendo que ante cualquier muerte sorpresiva, temprana, violenta, acudir a ordenar las emociones y entonces continuar con la casa en orden dentro del alma. Dentro del sistema de las Constelaciones Familiares, desarrollado por el alemán Bert Hellinger, existe una manera de tratar el asunto de manera eficaz.
Supongamos que un miembro de la familia comete suicidio. ¿Qué riesgos produce ese hecho para las futuras generaciones? La experiencia de las constelaciones familiares es que la mayoría de suicidios se producen por amor y por implicaciones.
Quisiera mostrarles un ejemplo muy extremo. Un médico pediatra me contó que su hijo de 14 años se había suicidado. Con anterioridad, el joven había esparcido alimentos sobre la escalera y por eso el padre le había pegado. La noche siguiente, el joven se colgó.
El médico ya era un hombre viejo y esto lo agobiaba mucho. Una vez que salimos a caminar juntos, él recordó que un par de días antes del suicidio su mujer había dicho en la mesa que estaba nuevamente embarazada. El hijo se salió de sus casillas y comenzó a gritar: “¡Ya no tenemos más lugar!”. El padre, de pronto comprendió: su hijo le hizo lugar al niño que vendría.
Si analizamos este hecho de un modo superficial, no podemos ser justos con él. Cuando alguien se suicida, con frecuencia nadie quiere saber nada de esa persona. Este acto genera miedo en los demás. Por lo tanto, él es excluido. Y es justamente por esto que su destino repercutirá en la generación próxima o en la siguiente.
¿Cómo se soluciona este conflicto en la constelación familiar? La solución es que se mire a quien se quitó la vida y se le diga: “Yo respeto tu decisión, no obstante, tú seguirás siendo mi padre, mi madre, mi hermano, mi hermana”. De ese modo, se asegura su inquebrantable pertenencia a la familia. Entonces nadie necesitará copiarlo, y a partir de la implicación con su destino, ni repetir su misma historia.
Para los descendientes, la solución consiste en reincorporar a los fallecidos. De esa manera, el riesgo de un nuevo suicidio dentro del grupo familiar se reduce notoriamente.
En este sentido, la constelación familiar es un método muy humano. Si se honra a miembros anteriores de la familia, esto tiene un efecto-benéfico en la propia alma.
Aprendamos a mirar aun lo más incómodo, para que no sea éste un secreto, manantial de infelicidad en nuestra vida ni en la de nuestros seres queridos y descendientes.
Hacer terapia, tomar curso, ir a una constelación es el mejor regalo que cualquiera se puede hacer a sí mismo; eso más la fe en Dios son la fórmula perfecta para ser dichosos, aun y a pesar de las historias de dolor.
 A todos los que algún día han tenido que lidiar con la muerte por elección propia de un ser querido, un ancestro familiar o un amigo cercano, les digo que en oración están sus penas, que Dios las conoce, y que cuando el orden llegue, el dolor se irá. Consuelo a los deudos de quien atormentado, confundido y ciego sin fe les abandonó. Yo les garantizo una vida mejor si se atreven a tomar la fórmula completa para el dolor:  Dios y un poco de terapia. Y en oración por el eterno descanso de su alma, pido a Dios el consuelo para sus deudos. Estoy a tu servicio, cuando así lo requieras, para terapia individual, terapia de grupo o simplemente para charlar.
*Terapeuta cognitivo conductual y sistémico. innovemosalgoya@gmail.com,
ingenieriamkt@gmail.com |
