Había comenzado a pintar el cuadro desde hacia unos días. Cada tarde antes de caer el sol, se encerraba en el pequeño taller que había improvisado en el cuarto donde se guardaban herramientas y objetos en desuso de la casa. De afuera sólo se escuchaban algunos sonidos de animales a lo lejos. Adentro, el silencio caía poco a poco sobre la escasa iluminación, nadie debía saber que ella pintaba. Esa tarde tomó sus pinceles dispuesta a llegar hasta el final de la búsqueda. El claroscuro del bosque nocturno ya estaba definido, era casi igual a aquel del que había salido el verano pasado, cuando asistió a la ceremonia y descubrió un mundo oculto que se abría frente a ella. Quizá sólo algunos matices brillantes en la luna menguante, mientras espía detrás de las copas más altas de los árboles, enmarcando la escena principal, dos cuerpos vestidos de negro, uno a cada lado de la silueta de una mujer desnuda, sin rostro y con vida. Disfrutaba pintar, plasmar con pinceladas de colores las imágenes que impactaban su mente. Ella tenía muchas, aunque se preguntaba en por qué siempre pintaba la misma escena. Aunque con matices y contrastes diferentes que formulaban cada vez una nueva versión, que atraía el recuerdo del sueño que la impulsó a pintar. Recuerda bien esa noche. Fue después de que despertó de una pesadilla. Soñó a una mujer que escapaba de una iglesia en llamas, corría descalza por las calles, vestida sólo con una translúcida bata, brincando entre el fuego y las manos que brotaban de la tierra para jalarla. Alguien lanza una cadena, le atrapa un pie y la arrastra, no se puede soltar, sólo grita, se retuerce, exige piedad, dos hombres la levantan para amarrarla a un poste de madera, la mujer se desmaya momentáneamente, ellos encienden la hoguera, ella reacciona gritando cuando el fuego comienza a devorarla. Y entonces despertó, asustada, sintiendo que era ella a quien estaban incinerando, se levantó, tomó agua, regresó a su cama y esa noche ya no durmió, pensando en cómo atrapar esa última imagen de la mujer y expresar la emoción que le había provocado. No encontraba las palabras para explicarse, entonces fue que intentó dibujar. Y al mirar el boceto parecido a la imagen en su mente, lo siguiente fue agregarle color. Eso fue hace tres meses y casi doce cuadros. Se dejaba llevar en las pinceladas cromáticas que encendían la escena. Dibujó lenguas de fuego que acariciaban el cuerpo de la mujer, otras alrededor de ella intentando vestirla, otras más, enmarcando la pálida silueta entre los dos encapuchados que en este cuadro sólo observaban. La imagen cobraba fuerza, nitidez, movimiento en su memoria, entonces tuvo la visión completa del rostro, los ojos hundidos en la impotencia, la nariz buscando aire, resistiéndose, los labios abiertos, gritando con toda la fuerza de la rabia contenida, el pelo sacudiéndose sobre los hombros, la piel quemándose con prisa, y esos ojos, ah, una mirada profunda salía de ese rostro. Los perros seguían ladrando hacia lo lejos. Absorta en su contemplación, sintiendo que el momento de la revelación se acercaba, no se dio cuenta de que abrieron la puerta, hasta que sintió las cuerdas que se ajustaban alrededor de su cuerpo, trató de soltarse, les gritó que era inocente, los encapuchados la golpearon, le cubrieron el rostro y se la llevaron a la hoguera. |